37 views 2 min 0 Comment

EL ULTIMO DE LA NORTE

- Mayo 22, 2025

Martín caminaba por los pasillos vacíos de la universidad. Era martes por la tarde, pero no había risas, pasos ni voces en las aulas. Al principio pensó que tal vez había llegado muy temprano, o que una actividad importante había vaciado el campus. Pero al avanzar, comprendió que no era una simple coincidencia.

Los salones estaban abiertos, pero vacíos. Las cafeterías, con las sillas perfectamente alineadas. Las pantallas encendidas, pero sin contenido. Ni un alma. Nadie.

Intentó llamar a sus compañeros, a los profesores, incluso al guardia de la entrada. No hubo respuesta. Solo su eco, rebotando entre paredes cada vez más silenciosas.

Pasaron los días, y no apareció nadie. En los tablones de anuncios encontró notas antiguas, fechas caducadas, como si el tiempo se hubiera congelado… o como si todos hubieran decidido irse sin él.

La soledad empezó a pesarle. No era miedo. Era vacío. Una sensación de ser invisible en un lugar que antes rebosaba de vida.

Entonces, en una de las pizarras, alguien —o algo— había escrito:
“A veces, cuando uno se siente demasiado solo, el mundo le responde con el mismo silencio.”

Martín comprendió que no estaba abandonado por casualidad. Su propia desconexión, su incapacidad de abrirse a los demás, lo había llevado a ese reflejo perfecto de su aislamiento interior.

Y solo cuando comenzó a escribir en los muros, a hablar en voz alta, a imaginar que no estaba solo… algo cambió. Una puerta se cerró en el fondo. Un paso resonó.
Y la universidad empezó, poco a poco, a despertar.

Mostrando IMG-20250522-WA0002.jpg
Mostrando IMG-20250522-WA0003.jpg
Mostrando IMG-20250522-WA0004.jpg